OSÉS, BEATRIZ
Me llamo Albert. Comencé a sospechar que mis padres eran unos monstruos mucho antes de conocer a Berta Vogler en Grasberg. Seguramente me engañé a mí mismo a lo largo de ese tiempo. Nadie en su sano juicio se habría alegrado de crecer junto a unos progenitores sanguinarios. Así que traté de obviar ciertos detalles de mi familia para llevar una vida aparentemente normal. Mis colmillos, sin embargo, siempre me acomplejaron. Sin duda, el panoli de Erik Vogler contribuyó a cuestionar mi naturaleza y mis propios orígenes. Si no hubiera sido por él, quizá no habría descubierto los demonios que me rodeaban o lo habría hecho más tarde. Cuando nos reencontramos, habían transcurrido algo más de dos años. El cofre de cristal con los ojos de la primera víctima apareció en la Plaza Römerberg a finales de enero. Alguien lo había depositado sobre los adoquines junto a la fuente de la Justicia. Dos globos oculares simbólicamente colocados a los pies de la escultura que representaba una figura femenina, armada con una espada en una mano y una balanza en la otra. La justicia se erigía poderosa frente al ayuntamiento de Frankfurt.