TATIÁN, DIEGO
¿Es posible traducir lo que no se comprende? ¿Hay una extrañeza de lo más íntimo y una intimidad de lo más extraño? Una lengua, un pasado, una experiencia ajena
La tierra de los niños es, entre muchas otras cosas, una respuesta a ese interrogante. Tras la muerte de su abuelo -emigrante armenio instalado en Argentina-, Diego Tatian encuentra un conjunto de libros y diarios en esa lengua familiar que, sin embargo, le es también ajena por incomprensible. La escritura se convierte, así, en el medio para descifrar y reconstruir la experiencia de un desarraigo, de un genocidio, de una pérdida de la lengua. A partir de recuerdos, fotografías, lecturas y, sobre todo, una potencia visual y afectiva únicas, Tatian crea un territorio textual en el que se inscriben la memoria, la narración y el ensayo.
Lo que ha hecho Diego en este libro ha sido liberar amorosamente, en la escritura, las letras y las fotos de sus antepasados armenios, imaginarlas, verlas en lo que son y tal y como son, en su ser-así, con atención concentrada, sin redimirlas ni condenarlas, con la alegría y el dolor que les corresponden. Y ofrecerlas a la lectura colocándolas en el limbo que, como se sabe, significa borde, orla, halo, aura, aureola o ribete. Los padres de la Iglesia lo situaban en alguna zona limítrofe del infierno, exterior a él, pero sometido a su influjo. Yo siempre lo he imaginado como ese círculo luminoso que rodea algunos astros, especialmente el sol y la luna, anunciando lluvia.»
Jorge Larrosa
«La tierra de los niños, titula Diego Tatian, no como un país donde los niños reinaran, sino como restitución de una palabra a aquellos a quienes les fue saqueada. No la traducción como una prótesis que cumpla una función en la ausencia, sino como una labor casi uterina de dar vida. Darle padres a esa tierra de niños
Y si ese tejido roto minó toda una comunidad, si la transmisión del trauma de esa orfandad es de naturaleza radioactiva, ya que no sólo abarca a quienes la vivieron sino a generaciones subsiguientes, el libro de Tatian viene a restablecer la confianza entre lo devastado. Una territorialización simbólica de la ternura que vuelve a concebir una genealogía que es una palabra, un discurso.»
Ana Arzoumanian